FRÁCTAMA - C. 9
IX
Marás abandonó el campanario gris después de
dar por terminada la conversación con su compañero de vigilias y se dirigió al
collado donde solía pasar sus horas solitarias. Con el paso de las
interminables estaciones fue encontrando en ese páramo un lugar seguro, donde
pensar libremente, recordar historias de otros tiempos y repasar su sempiterno
pasado. En un socavón de difícil acceso fue llevando algunas de sus
herramientas de medición y montó un observatorio paralelo donde realizaba otras
búsquedas y escudriñaba cientos de horizontes. El laboratorio principal fue
dedicado exclusivamente a soñar con un eterno retorno a Fráctama.
La temperatura cambió abruptamente y los
vapores del árido suelo ascendieron como espíritus apresurados por salir de su
prisión. Una niebla fantasmal se posó sobre el altozano dejando ver apenas las
copas de la escaza vegetación. Marás en las tinieblas agitaba sus alas
provocando hipnóticos torbellinos de humo y en cada uno de ellos depositaba los
rostros de sus aventuras pasionales frustradas por su carencia de deseo. Ya en
sus años jóvenes se había resignado al fin a una vida solitaria dedicada
totalmente a su pasión por la construcción de nuevos mundos.
Determinado a examinar el resto del
espacio se sumergió en sus pensamientos más profundos y conectó como siempre
con su amado paisaje sideral. Para su asombro, luego de un rastreo de rutina
pudo detectar fulgores y destellos en una región distante. Lo particular de esta
revelación era que el lente devolvía una imagen refractada como si existiera un
filtro invisible o una cortina de agua entre el observador y su objeto de
estudio. Nunca había asistido a un espectáculo semejante y su voraz necesidad
de conocimiento lo inquiría y lo punzaba a encontrarle una explicación urgente
y racional. De algo no tenía dudas. Estaba asistiendo a la creación, al
nacimiento de un nuevo mundo o nuevos mundos conectados de alguna manera
misteriosa entre sí.
Decidido y con una actitud diligente corrió y
arrojó al piso los viejos mapas que habitaban su mesa de trabajo. Desplegó
sobre ella un material virgen donde detallar lo que sus ojos podían ver. Agregó
nuevos lentes a su telescopio con el fin de lograr una mejor definición. La
tarea no era fácil ya que su objetivo se encontraba en continuo movimiento como
si se tratara de un organismo vivo.
Sintió cómo de a poco las pulsaciones se
aceleraban con inusual potencia. Recordó su debilidad por el trabajo solitario
y comenzó a disfrutarlo como hacía mucho no le sucedía. Otrora, en un tiempo
pretérito, cuando no tenía a nadie con quien compartir sus horas, diseñó una
lámpara de luz infinita que le servía para trazar sus exactos mapas estelares.
Con ella podía realizar cálculos exponenciales de distancia y velocidad entre
otras variables. Sin saberlo, al mismo tiempo había proporcionado las
coordenadas de encuentro a sus dos compañeros de exilio.
En una noche cualquiera, Nang divisó la estela
a través del espacio; y con su curiosidad inmanente desvió su derrotero sin
sentido por un desierto de empinadas lajas. No precisó demasiado para
convencerse que ese era un llamado de alguien o algo que necesitaba auxilio. Una
especie de bengala en una inmensidad vacía. Noche tras noche esperaba la
presencia lumínica para proseguir el viaje emprendido. Algunas veces la luz no
aparecía y la incertidumbre se apoderaba de ella hasta el punto de hacerla
dudar de su existencia real o imaginaria.
Ral
había hecho nido en la cumbre de una cadena montañosa de picos nevados cuya
mejor vista era un lago extremadamente azul que devolvía la imagen del cielo y
por lo tanto podía observarse en sus vuelos al mismo tiempo que rastreaba su
comida. Se había convertido en un cazador sanguinario que supo sembrar el terror
en su territorio. Esa condición hizo que lo poco que podía considerarse como
presa en la región huyera a zonas lejanas. En uno de sus vuelos de rastreo
descubrió en el reflejo que devolvía el agua azul una recta luminosa a sus
espaldas. Inmediatamente abandonó su rastreo de rutina y se dispuso a perseguir
el origen de esa señal lejana.
Una mañana gris Nang se posó sobre el ruinoso
campanario como quien visita a un viejo amigo. Cuando se encontró con Marás la
sorpresa fue mutua y petrificante. La existencia de un igual removió la
inconsciente necesidad de saber todo sobre su análogo. Los dos dispararon miles
de preguntas, pero ninguno podía dar respuestas certeras acerca de sus
existencias, lugares de procedencia, edades, familia e identidad.
Cuando Ral encontró el punto de llegada recordó
un viejo sueño sobre tres aves que se posaban sobre un campanario. Ellos, desde
allí, tomaban las decisiones y zanjaban la suerte de todo lo que existía. En el
sueño, los tres eran echados por sus regidos como si fueran los seres más
despreciables de la existencia. Con alivio pensó en que sólo era una simple
pesadilla y se dispuso al abordaje de la instalación. La indómita luz
iniciaba en la parte más alta del edificio. Allí, al ver a los presentes tales
como en su visión, descubrió que ese escenario era algo más que una casualidad.
Misteriosamente le sabía a recuerdo.
Amigos lectores. Les comparto un nuevo capítulo. Gracias como siempre.
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