FRÁCTAMA - C. 7
VII
Una vez decidida la suerte de los cautivos, Alav
se dirigió a la prisión de alimbio. Con paso plomizo se desplazó por pasillos
vítreos donde se podía ver de un lado al otro lo que contenía cada celda y
cuáles eran los movimientos de cada uno de los condenados que se encontraban
impacientes ante las buenas nuevas de la caída de los tiranos. Una vez llegado
a destino se irguió frente a su hermano de todos los tiempos y lo miró
fijamente a los ojos. Ellos transmitían un dolor teñido de traición ante quién
lo había elegido como ser de confianza absoluta.
Ral guardó silencio. Sabía que su tiempo de
hacer preguntas y dar órdenes había quedado atrás. Ahora solo restaba escuchar.
Alav pensó en lo deshonroso que era ver al fráctamo más fuerte y preparado de
ese mundo metido en una cueva de mala muerte y en una posición tan degradante. Agitó
sus alas en señal de respeto y luego indicó a sus guardias conducir a su amigo
a una cámara contigua, donde ya se encontraban Nang y Marás, esperando su
destino.
Luego de un momento de insoportable silencio
se abrió una compuerta que habilitaba el acceso a un estrado donde se juzgaba a
los detenidos y se les impartía justicia. En este caso, había seis magistrados
que observaban desde las sombras el acercamiento de los reyes. Cuando se
detuvieron de una buena vez se escuchó una voz grave que, sin titubeos, decretó
el inmediato destierro por separado de los soberanos depuestos. Pero además de
esta decisión se le sumó algo peor, el olvido. Lo que se llevaría adelante era
un proceso de intoxicación química que haría borrar todos los recuerdos de los
acusados para no encontrar nunca más la razón de sus existencias y de sus
derroteros solitarios vaya a saberse por dónde.
Los tres fueron recostados sobre camillas
inclinadas, ubicadas de manera circular y con las cabezas hacia el centro.
Marás miró al cielo de la caverna y rastrilló los minerales incrustados como si
se tratara de estrellas. Nang lanzó un último conjuro con una secreta esperanza
y Ral cerró los ojos aliviado. Pensó que sus recuerdos ya no lo atormentarían y
se entregó. Los verdugos completaron jeringas de líquido ámbar y las inyectaron
en los cuerpos de los condenados. La luz de la recámara se volvió
insignificante y un punto azul fue lo último que vieron sus pupilas.
Una vez dormidos fueron preparados para el
viaje del destierro. Cada cual tomaría una dirección distinta y cardinalmente
opuesta para que deambularan por siempre. Las cápsulas fueron selladas,
conducidas por vías y subidas a rampas de eyección móviles. El tiempo del dolor
había terminado para el pueblo de Fráctama y la historia de los exiliados
quedaría vedada para las nuevas generaciones. Tras una seña silenciosa de Alav
los receptáculos fueron expulsados al vacío infinito dejando una estela de
polvo en la bóveda oscura de aquella noche eterna.
Queridos lectores. En este capítulo se comienza a mostrar la historia detrás de la historia. Les anticipo que no va a ser la única que vamos a conocer. Gracias por acompañarme como siempre.
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