FRÁCTAMA - C. 11
XI
Motivados por la incertidumbre, Marás y Ral llegaron a Kram. El viento hacía volar una arenisca intermitente y rugía como una fiera iracunda. Inmensa fue la extrañeza al no encontrar nada salvo un cuero clavado en la roca por sus esquinas superiores. La gráfica era inconfundible:
“Hermanos.
Si se encuentran frente a esta roca leyendo mis palabras imploro vuestro perdón
por haberos dejado sin una sincera explicación. Tengo mis razones y créanme son
valederas. Por mucho tiempo me culpé por boicotear sin intención nuestra vuelta
a casa. Sus juicios fueron implacables, aún más que los que nos sentenciaron al
exilio. Algo de alivio consigo al pensar que de no ser por mí intromisión nunca
hubiésemos recuperado nuestra vida, nuestros recuerdos e identidad. Claro que
por ello no recibí agradecimiento alguno de vuestra parte y hoy lo mismo me
vale.
Todo
fue un antes y un después a partir de ese momento en que me separaron de
Áctavas. Asumo mi parte en esta historia por haber sido cómplice de actos
atroces ordenados por ti, mi querido Ral, y conjurar con mis artes para que
todo se acomode a tu antojo. Me extraña la tranquilidad con la que tú, fiel
Marás, has callado todo este tiempo la pérdida de tu vida a nuestro lado.
Siempre estuviste para más y sin embargo te conformaste con las migajas de
nuestra compañía. Si hubiese estado en tu lugar me habría permitido vivir sin
prejuicios tu atadura con Vandal, a quien rebajaste a ser tu asistente por
temor a nuestro enfado por mezclar a la realeza con la morralla.
Hoy
agradezco el haberme enamorado alguna vez y para siempre. Sólo el amor me
permite comprenderos y sufrir por sus ausencias. El sentirlo me licencia a acompañar
y arder en tu furia Ral. Nadie debería perder nunca su piel. No hay razón ni
entelequia que lo explique. Sólo los dioses conocen el propósito de nuestro
derrotero. Por ello, hoy decido volar en busca de lo que más pienso, si es que
aún queda algo aguardando por mi ser. Permanecimos dormidos por eternidades
esperando que el tiempo lave nuestro dolor, pero sabemos muy bien que el tiempo
es solo eso y nada tiene que ver con nuestros sentimientos y vivencias.
Los
dejo aquí con el deseo de vuestra clemencia. Por la perpetuidad de parias
compartida, les pido comprensión para reconciliarnos con un pasado que aún no
llegamos a comprender en su totalidad. Me encamino a mi destino y me encomiendo
a nuestra madre Brana para que me proteja y devuelva la voluntad de seguir
viva. Lo mismo ruego para vosotros
amados hermanos. Hasta siempre, Nang.”
Al pie del escrito, Nang dejó una ofrenda para
su protectora, un cuenco de madera con semillas y frutos recolectados en
distintos viajes. Ral y Marás se imaginaron cuál fue su pedido, se
reverenciaron absortos y emocionados aún por el mensaje y el humilde altar. La
sensación de abandono los atravesó de una manera indescriptible. La conmoción
desató un sinnúmero de expresiones y sinsabores encontrados que ambos
prefirieron guardar en el más profundo silencio. Recorrieron la gran roca y
percibieron la radiación que había dejado el núcleo en el lugar. Concentraron
sus mentes y lograron reconstruir las imágenes de los últimos instantes de Nang
en ese sumidero. La cesura que dejó el vórtice en el espacio todavía estaba
latente. Se miraron, asintieron con sus cabezas y quedaron observando la
astralidad.
Amigos. Les hago entrega de un capítulo más de esta historia. Espero les agrade. Abrazo.
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